Cantos para senti-pensar las voces de nuestras ancestras, por Susana Báez Ayala

Cantos para senti-pensar las voces de nuestras ancestras, por Susana Báez Ayala

Recibimos, agradecemos y compartimos aquí, con gran afecto, esta generosa reseña escrita por la doctora Susana Báez Ayala acerca del libro Mi abuela es un canto. Su lectura es profunda, comprometida, enriquecedora y sororidaria.

Dra. Susana Báez Ayala

Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. 

A Rosa María Alemán, por ser abuelas en horizontalidad. 

I. Con una biblioteca eres libre (Doris Lessing)

¿Cómo festejar un aniversario de palabras este 21 de octubre del 2020? Cuando me invitaron a ser parte de estos festejos, pensé: parece que la respuesta es generando otras más. Me refiero, a cómo sumarnos a la conmemoración del III Aniversario de BS Canteras Biblioteca Infantil de la red de bibliotecas que ha impulsado la Fundación Alfredo Harp Helú en Oaxaca, México. Este proyecto se asentó en instalaciones del Archivo General del Estado de Oaxaca en la antigua Ciudad de las Canteras. 

Cómo delinear aquí la maravilla de que existan espacios de cobijo para las y los lectores infantojuveniles en un estado lacerado por la pobreza, la discriminación hacia los pueblos originarios y diezmado en su riqueza natural y cultural. Pues, aunque parezca simple: con otras palabras, de reconocimiento a este esfuerzo de la Fundación, así como de quienes coordinan este recinto tan hermoso (en lo cultural, humano, así como en lo arquitectónico). Los empresarios y empresarias de todo el país podrían emular a esta fundación, favorecer el fortalecimiento cultural de sus comunidades. Contratar personal no solo con alta calificación profesional sino capaz de generar acciones culturales de muy alta calidad para sus usuarias y usuarios, incluso en tiempos de crisis como es el que vivimos por la pandemia ocasionada por el COVID-19. 

            No puedo dejar de agradecer a Nancy Mariano Rojas, el haber sido invitada a ser parte de las voces que testimonian el trabajo tan valioso que se realiza en este recinto creado para difundir los aportes de la literatura infantil y juvenil. A la vez me congratulo de presentar en este contexto el libro de una extraordinaria cuentacuentos mexicana: María Esther Feria. Aquí mi reconocimiento a BS Cantera Biblioteca y  a mi gran colega, la autora de MI abuelas es un canto. 

 “Cuando sea niña quiero ser como mi abuela” dice la voz narrativa-poética de Mi abuela es un canto de María Esther Feria;[1] esta imagen en donde la autora nos coloca en los extremos de la vida: la infancia y la edad adulta mayor, me llevan a pensar en estos tiempos de pandemia, en los cuales las infancias se han visto afectadas -en apariencia, no por la enfermedad del COVID-1, pero si- por los daños colaterales que la pandemia les ha provocado. Si bien, una buena parte de la población se halla trabajando desde casa, lo cual ha favorecido que las madres y padres estén en casa 24 x 7 y con ello se presupone que los más pequeños se ven favorecidos  por el retorno de la familia a los hogares , como dice mi nieta de cuatro años: “Estoy feliz porque el COVID-19 trajo a mi familia a casa”; no obstante, la familia, al menos en México, no responde al modelo occidental nuclear: madre, padre e hijos; en nuestras culturas latinas, continua vigente el paradigma de las familias extensas, que incluso cohabitan en un mismo hogar. 

            Las abuelas (y también los abuelos) configuran esos universos para senti-pensarnos[2] que abrazan nuestras infancias y que en contextos de la vida cotidiana y de crisis nos protegen de lo impredecible, de lo emergente y hasta de lo que es en apariencia inevitable. Estoy segura que cada quien evoca en este instante uno de esos momentos entrañables con sus abuelas, que marcaron sus vidas: yo rememoro a mi abuela materna ofreciéndonos un café de olla y pan dulce, en las tardes lluviosas de la CDMX. 

La abuela además de ser una de las figuras clave en la crianza de las nietas y nietos, constituye el nodo a partir del cual las infancias se desplazan en el tiempo hacia épocas remotas. Las abuelas son fuentes de las que manan historias lejanas, anécdotas, relatos, cantos, arrullos; voces que nutren el imaginario sociocultural de los y las más pequeñas/os, y que como lo ha enunciado María Esther Feria favorecen el sentir y pensarnos, ahora más que nunca en tiempos de pandemia. 

II. Cantos para senti-pensar las voces de nuestras ancestras

            Mi abuela es un canto, desde el formato minimalista -que impulsa la editorial trenubes- en el instante que tus manos lo cobijan, no solo nos predispone para la lectura convencional: en silencio e individual; este microcuento apela a la tradición oral tan relevante en las comunidades de nuestro país (por supuesto que de otros también). Favorece el evocar las voces de nuestras ancestras (madres, abuelas, bisabuelas, cuidadoras, mujeres responsables de nuestra crianza literaria), que nos acompañan a través de arrullos y nanas infantiles, o mediante los juegos tradicionales mexicanos o bien, mediante relatos, que pasan de generación en generación. Siendo este saber poético uno de los que distingue los saberes ancestralmente depositados en las mujeres (no desconozco que sucede lo mismo con algunos varones). 

            Leemos en el libro: “Mi abuela canta / y me enseña / a jugar / a la víbora, víbora de la mar…”, esta mínima entrada al mundo de las rondas infantiles evoca toda una práctica de encuentros comunitarios de las infancias, que en México las violencias sociales pretenden socavar, y sin embargo las mujeres insistimos en mantener como un derecho a la vida lúdica de los más pequeños. en los espacios públicos de nuestras comunidades. Si el mundo concreto pausa el ejercicio del derecho al juego y al esparcimiento para las niñas y niños, la narrativa poética de María Esther Feria subvierte las distancias; desde el discurso ficcional, asimos las manos (rugosas) de nuestras abuelas y damos vueltas al ritmo de: “Mi abuela canta / y juega conmigo: Estaba la pájara pinta / sentadita en el verde limón… “, si quien lee estas palabras, estuviese en una reunión presencial, invitaría a concluir los versos, a tomarnos de las manos para romper las distancias que nos impone un modelo de sociedad individualista que devalora los aportes de la tercera edad, en especial de las mujeres. 

            Mi abuela es un canto es un claro ejemplo de literatura infantil senti-pensada desde los feminismos descoloniales comunitarios. Subyace en sus breves páginas la reivindicación a las tradiciones orales, a los saberes populares, a la palabra viva, cambiante sociohistóricamente, pero sorora desde una ética feminista, que revalora los conocimientos y praxis femeninos. Lorena Cabnal, feminista descolonial guatemalteca, expresa:

Me pregunto a veces, a manera de monólogo, (les) pregunto a abuelas y abuelos, les escucho, hablo con las mujeres en la comunidad, hablo con mujeres de otros pueblos originarios, y vivo en constante recuerdo de los pensamientos de cómo me relacioné con mis abuelas maya y xinka ahora ancestras, pero también de cómo me relaciono y se relacionan las mujeres en el mundo, como (dialogan) mi madre, tías, comadronas, ancianas, niñas y jóvenes.[3]

Mi abuela es un canto va más allá de solo la entrañable relación de un infante con su ancestra, enuncia la riqueza cultural de los pueblos originarios de muestra Pachamama: apremia a escuchar estas voces plurales que el colonialismo silencia: “Mi abuela canta / de su tierra los sones/ y baila /y sueña / y sonríe / y regala algarabía”. A la vez, delinea los saberes culinarios femeninos “Mi abuela prepara dulce de calabaza con tanta alegría que al comerlo siento en la panza tibias cosquillas”. 

            María Esther Feria nos propone la construcción de un micromundo poético a través de imágenes y metáforas que configuran aristas de la pedagogía de la ternura (Cussianovich)  que las abuelas suelen ejercer en sus modelos de crianza. Recuerdo mucho una anécdota que suele contar mi madre: siendo niña se subió a un huizache, estando en lo más alto perdió el equilibrio y se cayó. Su madre, mi abuela, no solo la reprendió por hacer esa travesura, sino quería darle una tunda. Mi madre corrió con su abuela, Mi mama Juana, y ella le dijo: siéntate y comete esta gorda (tortilla recién hecha a mano en el fogón de leña) para que se te pase el susto, déjame que te cure”. Allí están esas mujeres-espíritu, esas mujeres-curanderas, para cobijar a las infancias cuando la vida se detiene por mínimas o contundentes circunstancias. 

            El personaje de Mi abuela es un canto se distingue por ser un espíritu libre, creativo, que no renuncia a la vida lúdica, que redimensiona el aquí y ahora, que rompe la linealidad del tiempo para trasladarse a su propia infancia y desde ahí interpelar a los lectores que nos aferramos a explicaciones adultocéntricas de lo cotidiano: “Mi abuela tan niña / mi abuela tan brisa, mi abuela tan risa”. 

            Las abuelas parece que deciden irse transformando de cuerpos tangibles en palabras-memoria colectiva. Ellas preservan las historias, los cuentos, las leyendas, las consejas, las anécdotas familiares y comunitarias, pero además desarrollan el don de saberlas contar mientras abrazan con la mirada o nos invitan a sentirnos en comunión con sus saberes: “Mi abuela cuenta cuentos que a ella le contaron…”. Y aquí la autora nos ofrece un texto con estructura abierta, porque un cuenta cuentos puede insertar cualquier relato que sus abuelas le hayan compartido. (A quienes leen estas notas, las/os invito a escribir en el chat un relato que les haya compartido su abuela). En el texto de María Esther Feria leemos: “Mi abuela (…) por la mañana / cuenta un cuento / del chaneque enamorado / por la noche cuenta / un cuento del coyote burlado”, los cuales espero que la autora devele en esta presentación o en otros libros. 

            Siguiendo con la lectura de Mi abuela es un canto desde una perspectiva descolonial, este relato poético en sus breves palabras, nos acerca a la Pachamama, al aludir al vínculo entre el personaje de la abuela y la naturaleza; la abuela huele a siemprevivas, el tono de su voz se asemeja a “los ecos de las calandrias llamando a los vientos”, nos acerca a los dientes de león, persigue mariquitas, busca en los cielos “nubes-conejo / nubes-navío / nubes-dragón”. Sin caer en discursos demagógicos ecologistas, nos sentimos interpeladas/os sus lectores/as  a recuperar nuestras infancias en cercanía con la tierra, la flora y la fauna de nuestras regiones. 

            Mi abuela es un canto nos abraza desde las palabras, nos acuna en las historias de la abuela personaje, rizoma de todas las abuelas que nos cobijan desde la amorosidad que despliegan las adultas mayores sobre todas las infancias que hoy en día en las pandemias por el COVID-19, por las violencias de género, sociales, económicas, políticas, requiere de un acompañamiento políticamente responsable desde la pedagogía de la ternura y el reclamo del derecho a un mundo libre de violencias para niñas, niños, adolescentes y mujeres en nuestro país y en nuestro mundo. 

No cierro sin destacar las imágenes de Cecilia Martínez; las ilustraciones en carboncillo, de la misma forma que las palabras de María Esther Feria nos retorna al origen del lenguaje: oral, escrito o pictográfico. Apuntalan la propuesta de recuperar una técnica ancestral que favorece bosquejar el vínculo entre el discurso textual y el visual en Mi abuela es un canto. Los personajes: abuela-nieta quedan esbozados en esa inasibilidad de la ternura (Cussiánovich); pero en la concreción de la cercanía, a partir de los trazos de la ilustradora, quien no complementa la historia que nos ofrece la autora del texto; Cecilia Martínez crea un discurso propio que nos permite asir el diente de león al que se refiere la voz narrativa, crea la imagen de las manos de las abuelas (me recuerda aquí el libro de Nelly Campobello, Las manos de mamá) preparando alimentos que nutren más el alma que al cuerpo: los dulces tradicionales mexicanos. Al elegir delinear los cuerpos y no los rostros de ambos personajes femeninos, deja un texto visual abierto, para que cada lector dibuje el rostro de sus abuelas, de sus ancestras, de las mujeres adultas mayores que contribuyen a su crianza emocional, poética, literaria. Casi al final, los trazos de Cecilia Martínez nos abrazan como la abuela lo hace con la nieta del texto. Así que Mi abuela es un canto editado por tresnubes nos propone una triple lectura: del texto, de las imágenes y de las historias que se tejen entre las abuelas y sus nietas. Enhorabuena. 


[1] Mi abuela es un canto, il. Cecilia Martínez, tresnubes, México, 2019.  

[2] Utilizo esta frase para referirme al proyecto que María Esther Feria ha impulsado en estos tiempos pandémicos, al que ha titulado: senti-pensarnos. 

[3] https://porunavidavivible.files.wordpress.com/2012/09/feminismos-comunitario-lorena-cabnal.pdf

Mañanas de escuela, de César Arístides, un amoroso silencio que habita en la ensoñación

Mañanas de escuela, de César Arístides, un amoroso silencio que habita en la ensoñación
Dedicado a las niñas de Guatemala, a quienes en vez de poesía, amor,
justicia, les han dado el peor castigo por ser niñas, mujeres, pobres, 
y vivir en un sistema donde se desprecia la vida y se incinera la esperanza.

Basta así la palabra de un poeta, la imagen nueva pero arquetípicamente verdadera, para que reencontremos los universos de la infancia. Sin infancia no hay verdadera cosmicidad. Sin canto cósmico no hay poesía. El poeta despierta en nosotros la cosmicidad de la infancia.

Gaston Bachelard

El poemario Mañanas de escuela[1], de César Arístides[2], con ilustraciones de Paulina Barraza, nos propone entrar en un mundo provisto de imágenes de ensueño con tardes de frutas habitadas por osos de arena y pájaros rojos que lloran bondad. Un mundo que evoca una infancia que juega en el jardín donde pájaros azules se vuelven bicicletas y habitan árboles que piensan. Un mundo en cuyo paisaje los árboles vuelan sobre el sueño de los gatos. Un mundo que podemos mirar asomándonos tan solo “En la ventana”:

 

Desde mi ventana el mundo son los árboles

los pájaros que vuelan sobre el sueño de los gatos

allá están los camiones las calles las ilusiones

los niños más grandes regresan de la escuela

entonces las nubes ponen el mantel

y le avisan al sol que lave sus manos

pues es hora de llover

 

desde mi ventana la ropa tendida

es un baile de fantasmas que dan risa

un vestido tiembla y corren calcetines

en busca de un señor barrigón

que trabaja en un mercado

 

corren las bancas porque llueve

y las casas también los semáforos

sólo los sueños se quedan quietos

disfrazados de niñas mojadas

que saltan una cuerda

Portada Mañanas de escuela

Mañanas de escuela se compone de un conjunto de poemas líricos que hablan de experiencias de infancia en un patio escolar donde los árboles greñudos/ juegan encantados y una mochila es un cofre de ilusiones; de la arboleda adornada con el verdor de los pájaros; de una casa con habitaciones donde se crece y se juega, y donde a veces da miedo el eco de la nada, como en “Quiero dormir”:

 

A veces en la noche

me da miedo el eco de la nada

Imagino a los fantasmas buscar su cabellera

atorada entre las puertas o los libros

debajo de la cama entre juguetes olvidados

 

si acaso me despierto a medianoche

asustada por la nada y su canción de oscuridad

pienso en el columpio y la naranja

en las nubes que hacen triste la cara de mi abuela

y también en la risa del recreo

así me entra la sed y la añoranza

y vuelvo despacito

acurrucado en los recuerdos

a la tibieza del sueño

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En este poemario se entretejen una serie de sensaciones que se perciben con todo el cuerpo, un cuerpo que juega, que mira y se mira a sí mismo, con la emotividad del ensueño de infancia expresada en cada verso, en cada poema. El discurso poético que configura los poemas de esta obra destaca el uso de imágenes sensoriales con las que se crean ambientes donde se escucha la música de las hormigas y se mira a los árboles dejar caer “Cartas a los niños”:

Caen de los árboles

para que las escriban nuestras pisadas

cartas de amor o música de hormigas

revuelo del viento al atardecer

mientras los árboles se ponen tristes

porque el cartero apurado en su tarea

no entrega a los niños que no saben leer

estas hojas mal escritas

por el verdor de los pájaros

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Como toda la poesía que trata de la experiencia de infancia, las composiciones de esta obra obsequian a sus lectores, de cualquier edad, una entrada al recuerdo, a la añoranza o a la evocación de esta etapa esencial que percute o repercute en la memoria de toda persona. Finalmente, Mañanas de escuela propone una respuesta ante la inagotable pregunta: “Qué es la poesía”:

Le pregunté a mamá qué son los versos

y me dijo que eran flores de lluvia y algodón

papá qué son los versos

y me habló de caballos rojos en un mar de azucenas

profesora qué son los versos

y escribió en el pizarrón palomas de cristal

pero dígame maestro que son los versos

y me enseñó un dibujo donde lloraba un corazón

ahora sé qué son los versos

tu sonrisa en la lluvia

y el amoroso silencio

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Sugerencias para escribir después de leer este poemario y otros

Conviene saber que jugar con los poemas, manipular e intervenir los versos ajenos es un buen comienzo y un camino lúdico para lograr que las niñas y los niños se familiaricen con el discurso poético y, poco a poco, lo hagan propio como recurso expresivo y creativo. Con tal propósito, se hacen las siguientes propuestas:

Escribir a partir del título de un poema

Sugiera a las niñas y los niños lectores que elijan un poema que les haya causado una impresión especial. Invítelos a comentar lo que les hizo sentir, pensar o recordar. En seguida, pida que se preparen para escribir un texto personal y aclare que no estarán obligados a compartirlo, a menos que deseen hacerlo. Proponga una pauta para orientar el proceso de escritura, como la siguiente:

  • Adoptar el mismo título del poema seleccionado como título de su propio texto.
  • Tomar como modelo de escritura el poema seleccionado: tema, estilo, recursos.
  • Escribir un poema nuevo y personal.
  • Ilustrar el poema, si así lo desean.

Componer un poema con títulos de poemas ajenos

Invite a los lectores a seleccionar, de modo individual, los primeros versos de entre siete y diez poemas, destinados a componer uno nuevo con ellos. En la composición que hagan deben buscar que haya coherencia semántica, sin perder de vista que un elemento esencial en la poesía es la construcción de imágenes a partir del sentido que evoquen las palabras usadas en sentido metafórico. Recomiende seleccionar de siete a 10 de los primeros versos que más les gusten; acomodarlos en el orden que les guste; complementar con algún verso nuevo de su propia creación y colocarlo donde crean conveniente; que hagan una lectura del nuevo texto y hagan ajustes finales si los creen necesarios. No se trata de acomodar arbitrariamente los versos, sino de construir sentido y expresión con su composición. El siguiente texto está compuesto con siete títulos de poemas de Mañanas de escuela:

Un mensaje de pájaros te voy a cantar

El mar es mariposa que sueña

Para cubrirme del miedo

Allí guardo mi libro de paisajes y barcos

Feliz me despierto y la casa es un sueño

Si te digo tengo miedo

Mi llanto es luciérnaga triste

[1] Mañanas de escuela, de César Arístides, México, Santillana, 2011.

[2] César Arístides nació en la Ciudad de México en 1967. Cuando era niño no le gustaba la escuela, en vez de eso, deseaba ser jugador de futbol, y cuando había oportunidad le encantaba mojarse bajo la lluvia. Le gustaba leer y esa era una de sus actividades favoritas. Su gusto por la literatura lo llevó a escribir y a recopilar poesía de otros. Entre sus obras destacan: Duelos y alabanzas y Murciélagos y redención, obra con la que ganó el Premio Internacional de Poesía “Benemérito de América”, en 2004. En la actualidad es editor y, aunque dice ser un poco lento en la cancha, juega futbol rápido en su tiempo libre.

Talleres de poesía con niñas y niños para construir una voz propia

Que el verso sea como una llave

que abra mil puertas.

Una hoja cae; algo pasa volando.

Cuanto miren los ojos creado sea,

y el alma del oyente quede temblando.

                      Vicente Huidobro

 

Durante varios años, los talleres de poesía con niños Palabras para darte vuelo se han realizado en diversos espacios (aulas escolares, bibliotecas, ferias del libro) y se dirigen especialmente a los niños y las niñas, sin embargo, es frecuente la participación de personas de todas las edades. En cada taller que llevo a cabo confirmo dos cosas, la primera es que la poesía, aún la seleccionada ex profeso para estos talleres con la premisa de que sus receptores serán infantes, no tiene receptores exclusivos, y que cualquier persona puede acceder al discurso poético a través de una experiencia compartida con niños y niñas. La segunda es que cada vez que hay una oportunidad de leer y comentar poesía de manera solidaria, así como un sendero iluminado por donde andar el camino de la escritura (algunos lo llaman «andamiaje»), toda niña y todo niño son y se asumen, en mayor o menor medida, como lectores, hermeneutas y escritores: leen, interpretan, escriben. De ahí, esta reflexión e invitación a leer, comentar y escribir, jugar, sentir… con la poesía, en el aula, la escuela, la biblioteca, la sala de lectura, la plaza, la calle…

Construir una voz propia a través de la experiencia de leer y escribir

¿Cómo hacernos de una voz propia? ¿Cómo pueden las palabras de los otros servirnos para construir nuestra propia palabra, nuestra propia voz? ¿En qué medida la poesía tiende caminos en ese proceso? En principio toca hablar de la lectura como afluente de otras voces con las que podemos dialogar, en las que podemos reconocernos y reconocer a los otros. Y de la escritura en tanto ejercitación de nuestra propia voz, de nuestro propio discurso, emanado de nuestras reflexiones o necesidades comunicativas y expresivas. La lectura y la escritura pueden tener un papel fundamental en el proceso de formación de los sujetos como individuos, como seres sociales y por tanto, como sujetos letrados y como ciudadanos. Como individuos, porque la lectura y la escritura en tanto experiencias formativas, en tanto experiencias de vida, es decir, como vivencias relevantes y significativas en la vida de los individuos dejan una impronta que se revela en el SER de cada persona, en su modo de estar en el mundo y de relacionarse con los otros. Somos las palabras que nos habitan. Las palabras que nos nombran. Las palabras con las que nombramos al mundo. Las palabras inefables que arropan nuestros silencios. Las primeras palabras que recordamos y las últimas que enunciamos.

Por supuesto que todos tenemos una voz, entendida ésta como ejercicio del lenguaje verbal, y las voces de las niñas y los niños son las más brillantes entre todas. En esta reflexión al hablar de «construir una voz propia» me refiero a la posibilidad de saber y poder utilizar las palabras, jugar y experimentar con ellas para decir lo que se quiere expresar o comunicar; a ejercer el derecho a la palabra, oral y escrita, y a que esta sea escuchada; a saber y poder «hacer cosas con palabras» (J. L. Austin).

Sentí felicidad porque me gustó escribir

porque escribí lo que sentí hace mucho y siempre lo he

querido expresar pero nunca lo he podido, pero ya pude

Ilan

La experiencia estética de los niños y las niñas con la poesía

Acercar la poesía a los niños es acercarlos a un mundo de palabras, habitado por vocablos que se vuelven sonido, música, imágenes, colores, texturas, emociones, sensaciones… A un mundo de palabras cargadas de sentido que se revela poco a poco, en aproximaciones dotadas de asombro, de juego, de descubrimiento o de misterio. Cada encuentro con la poesía que logra convertirse en una experiencia significativa, emocional y vivencialmente, deja una huella, el rastro de un camino al cual se podrá volver, por el cual se podrá transitar muchas veces, un camino que cada vez podrá ser distinto, único, cada vez más amplio, con un horizonte del mundo y de sí mismos en expansión constante.

En los talleres de poesía con niñas y niños se busca generar vivencias como la que refiere Jorge Luis Borges[1], en relación con la lectura del poema “Oda a un ruiseñor”, de John Keats, que hizo siendo un niño y que le llevó a decir más tarde, en su reflexión adulta:

Yo creía saberlo todo sobre las palabras, sobre el lenguaje (cuando uno es niño, tiene la sensación de que sabe muchas cosas), pero aquellas palabras fueron para mí una especie de revelación. Evidentemente, no las entendía. ¿Cómo podía entender aquellos versos que consideraban los pájaros -a los animales- como algo eterno, atemporal, porque vivían en el presente? Somos mortales porque vivimos en el pasado y el futuro: porque recordamos un tiempo en el que no existíamos y prevemos un tiempo en el que estaremos muertos. Esos versos me llegaban gracias a su música. Yo había considerado el lenguaje como una manera de decir cosas, de quejarse, o de decir que uno estaba alegre, o triste. Pero cuando oí aquellos versos (y, en cierto sentido, llevo oyéndolos desde entonces) supe que el lenguaje también podía ser una música y una pasión. Y así me fue revelada la poesía.

Por ello, los talleres de poesía con niñas y niños son una oportunidad de crear el acceso a la palabra escrita y al discurso poético; a su recepción estética; a sus formas y recursos; a su apropiación para jugar con las palabras y usarlas en la construcción de nuevos textos, para expresar emociones y deseos, para conocerse a sí mismos y, sobre todo, para descubrir que las palabras sirven para construir una identidad y una voz propia.

Los talleres de poesía con niñas y niños se constituyen en prácticas letradas al crear condiciones y oportunidades para leer, conversar, pensar, escribir e interactuar alrededor de lo que estas acciones suscitan y convocan, en contextos y situaciones específicos. Como prácticas letradas, integran distintas acciones alrededor de textos escritos que por sí mismos, o a través de una mediación adecuada, resultan significativos y relevantes para quienes participan de ellas. Mediante la poesía, las niñas y los niños aprenden a utilizar las palabras en función de sus intereses y necesidades expresivas, creativas, lúdicas, identitarias y de interacción social y cultural.

Por último, confirmo mi adscripción a las palabras que Gianni Rodari escribió en las preliminares de su Gramática de la Fantasía (p. 13), porque son palabras que dan luz y esperanza a mi trabajo:

Confío en que el librito sea útil para quien cree en la necesidad de que la imaginación tenga su puesto en la enseñanza; para quien tiene fe en la creatividad infantil; para quien sabe qué virtud liberadora pude tener la palabra. «Todos los usos de la palabra para todos», me parece un lema bueno y con agradable sonido democrático. No para todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo.

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[1] En “Credo de un poeta”, conferencia pronunciada en la Universidad de Harvard, durante el curso 1967-1968.

“Si les diéramos más poesía a los niños, el mundo cambiaría.” María Baranda. Entrevista.

“Si les diéramos más poesía a los niños, el mundo cambiaría.” María Baranda. Entrevista.
Leo, leo mucho, todos los días hasta que los ojos se me llenan de sueño. Desde que empecé a escribir cuando tenía como diez u once años, me compro unos cuadernos de hojas blancas. Y poco a poco empiezo a llenarlos de palabras, de palabras que son mundos, mundos que me llevan al aire y a soñar que yo algún día, estoy segura, podré volar.
María Baranda, en Diente de león.

La poeta María Baranda (Ciudad de México, 1962) fue designada en noviembre pasado como embajadora de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (FILIJ) para el año 2017. Este nombramiento representa una promesa para la difusión y la promoción de la poesía y, de manera especial, de la poesía que se dirige a la infancia.

María Baranda tiene una trayectoria relevante en la literatura actual mexicana, que la ha llevado a obtener premios destacados, entre los que se encuentran el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta, de 1995, y el Premio Aguascalientes de Poesía, de 2003. Así como el binacional Premio de Poesía Jaime Sabines-Gatien Lapointe 2015, otorgado por el Seminario de Cultura Mexicana y el Festival Internacional de Poesía Trois-Riviéres), de Québec.

La autora de El jardín de los encantamientos (1989), Fábula de los perdidos (1990), Los memoriosos (1995) y Moradas imposibles (1997) y Dylan y las ballenas (2003), entre otros títulos, es una poeta cuidadosa de sus versos y del sentido de la poesía, ya que la asume como una necesidad expresiva sobre la experiencia con la realidad que nos toca vivir. Su arribo a la escritura inició durante la infancia reescribiendo los cuentos que leía y, en su adolescencia, escribiendo poemas de amor, cuyo destinatario, por cierto, nunca leyó. Más tarde, su poesía “adulta”, que ya contaba con una voz lírica profunda y “desgarrada”, hizo un lugar a la poesía destinada a la infancia, gracias a la recomendación de otros poetas, quienes consideran que es responsabilidad de los escritores (sin etiqueta de edad) hacer textos para iniciar a los niños en la apreciación del lenguaje literario y en la poesía, en particular.

Su primer libro de poesía para niños fue Digo de noche un gato, con ilustraciones de Julián Cicero (2006), al cual siguieron los títulos Sol de loEl vuelo y el pájaro o cómo acercarse a la poesía-PNSLs amigos, con ilustraciones de María Wernicke (2010) y Diente de león, con ilustraciones de Isidro R. Esquivel, los tres publicados por el sello de Ediciones El Naranjo. En el mismo año de 2012, hizo la antología Hago de voz un cuerpo, con ilustraciones de Gabriel Pacheco, del FCE, y el manual para mediadores de lectura, El vuelo y el pájaro o cómo acercarse a la poesía, publicado por CONACULTA para su Programa Nacional Salas de Lectura. Además, cuenta con otros títulos de narrativa para niños y adolescentes,
así como con libros en formato de álbum, con diversas editoriales.

La siguiente entrevista se llevó a cabo el 9 de septiembre de 2013, en la Ciudad de México, a propósito de mi interés por la poesía para la infancia y por la obra de María Baranda, publicada hasta ese momento. Todo ello, en el marco de mi curso en el Diplomado de Literatura Infantil y Juvenil, de la Universidad Iberoamericana, el cual estuvo coordinado por la doctora Laura Guerrero. Comparto ahora las palabras de María en este blog, para celebrar su nombramiento como embajadora de la FILIJ y para celebrar la poesía y la infancia.

En la semblanza que escribiste para los libros Digo de noche un gato, Sol de los amigos y Diente de león, mencionas que empezaste a escribir cuando eras una niña, ¿qué te dio la escritura en esa etapa?

Cómo empecé a escribir. Yo leía mucho de niña y leía historias, porque tuve un abuelo muy lector que siempre me daba cuentos, pero descubrí que en los cuentos todos los héroes eran hombres. Lo que yo leía eran cuentos de Salgari, de Julio Verne, algunos de los Hermanos Grimm, pero me parecían tristísimos. O de Andersen, como “La cerillera”, me acuerdo cómo lloraba yo con esa niña que se quedaba pobre y que luego se moría. Qué horror. Alguna vez me regalaron Alicia en el país de las Maravillas y pensé que era una niña muy loca y me dio miedo. Entonces, empecé sola realmente, por una necesidad de ubicarme dentro del texto a cambiar los cuentos. Y lo que yo hacía era leer y, después de leerlos, volvía a escribir la historia pero la protagonista era yo, ya no era Hans de Viaje al centro de la tierra. Me acompañaban por supuesto todas mis primas y mis amigas. Y descubríamos los monstruos que queríamos descubrir. Y llegábamos a las islas imaginarias que queríamos y, bueno, pues tuve muy grandes maestros, todos estos enormes escritores a los que yo imitaba e iba siguiendo paso por paso, pero como un juego. Como tratar de hacer un mundo propio que nunca encontré cuando fui niña, cuando fui lectora. En realidad por eso fui escritora, por esa necesidad de tener un mundo propio en mis juegos.

¿Y conservas tus libretas?

Pues el otro día mi mamá me entregó algunos cuentos, y entre ellos venía uno que se titulaba “El príncipe miserable”. Donde se ve que estaba muy enojada con mis hermanos, sobre todo con uno de ellos. Y yo lo castigaba. Y viene obviamente de “El Príncipe feliz”, de una copia del cuento de Oscar Wilde.

Así que tú hacías una re-significación de los cuentos que leías.

Así empecé.

¿Cuál es tu recuerdo más infantil en relación con la poesía?

No [tengo], no sé si porque en esa época de niños no nos daban poesía. Yo la recuerdo en la adolescencia con el golpe del primer amor, por ahí del tercero de secundaria, me enamoré de un chico. En mis libros de texto sí venían poemas. Y yo sentía que [a través de la poesía] era la única manera en que podía hablarle a él. Y escribí y escribí y escribí tremendos poemas de amor. Por supuesto él nunca se enteró, él nunca me volteó a ver. Ni siquiera me volteó a ver. Pero yo me quedé escribiendo poesía.

Pues qué afortunados somos, de que te hayas quedado escribiendo poesía. Y luego de tu Premio Nacional Aguascalientes 2003, ¿qué hubo? No he leído nada de poesía para niños de antes, sino de después. ¿Este premio de alguna manera te llevó a escribir para niños o ya lo habías hecho antes?

Tulia y la tecla mágica
No, no lo había hecho. Lo había hecho en prosa. En el 2000 publiqué mi primer libro, se llamó Tulia y la tecla mágica. Fue escrito para mis hijas, y también por esta necesidad del juego, de crear un mundo propio. En mi casa se escribían muchos cuentos en ese entonces, con el compañero que yo tenía en ese tiempo. Y, bueno, todo tenía que ver alrededor de los cuentos. Pero la poesía yo la tenía muy dividida. Pensaba que era para adultos, era mi parte adulta. Son poemas muy fuertes los que yo escribo en el mundo adulto. Con un mundo muy íntimo, pero a la vez muy desgarrado, hay mucha sangre, mucho llanto también. Aunque haya alegría, pero no me considero una poeta feliz en el mundo de los adultos. Empecé a escribir para niños después de un viaje que hice a Europa del Este y muchos de los autores ahí me cuestionaban que si yo no escribía para niños poesía. Y a mí ni siquiera se me había ocurrido y dije pero por qué. Y fue en Polonia donde los poetas me dijeron: es que si no lo hacemos nosotros, María, entonces quién, es como una responsabilidad que tenemos con ellos.

Aprendí también del honor que es para un escritor, escribir y dirigir tus imágenes y tus metáforas para los más pequeños. Y coincidió con que una editora, Ana Laura Delgado, del Naranjo, me llamó y me pidió mi primer libro de poesía [para niños]. Yo me reusé al principio y dije: ‘¡No, cómo, jamás lo he hecho!’ Ella me dijo: Te espero el tiempo que sea necesario. Y me tuvo que esperar un año. Y fue muy difícil escribir Digo de noche un gato.

Este fue tu primer libro de poesía para niños, entonces.

Y lo quiero muchísimo, pero me costó un trabajo tremendo, porque yo sabía que tenía que tener estas imágenes sencilla, estas metáforas más simples. Y entonces, es forzar mucho tu cabeza, tu trabajo, tu pluma. Y bueno, hablar de las cosas que yo pensaba que le podían importar a un niño, porque me importaban a mí, antes que nada. A mí me importan mis mascotas, a mis hijas también. A mi hijo le importaban los insectos. Entonces, la segunda parte tiene que ver más con él, con el mundo de la cigarra. Y con cosas que pasaban en la casa, porque por ejemplo ahí hay un poema a una vaca equivocada. Y de veras, un día se metió una vaca. Bueno ni siquiera se metió, se quedó en la puerta y yo jamás pude mover mi coche y, entonces, yo nunca llegué a mi cita, pero se quedó el poema, “Una vaca equivocada”.

¿De dónde vienen las palabras de estos poemas para los niños? Además de venir de tus vivencias, propias y con tus hijos, con la vida cotidiana, ¿vendrán de alguna manera de la María niña?

Yo creo que hay una palabra que es muy importante en la poesía. Y es que la poesía tiene que ser necesaria. Y cuando la poesía es necesaria para uno, se vuelve necesaria para el lector. Como nunca el lector de poesía se acerca a un libro como en secreto, porque lo tiene que volver a leer. Es como hablarle en voz baja a alguien.

María Baranda-foto de Enrique Rivera

Es como leerlo también en voz baja, metidos así, con una linterna debajo de las cobijas. Porque te están revelando algo demasiado personal e íntimo. Entonces, más allá de si yo una niña o no una niña. Yo no creo que haya una niña dentro de mí. Espero que no. Ya tengo cincuenta años. Espero que haya una adulta por fin, bien formada. Pero obviamente cuando escribo para niños, pienso en un lector más pequeño. Pero pienso desde el adulto, ¿eh? No creo que piense desde esto que se dice, de la niña interior. A mí más bien me da miedo esa imagen de la niña interior. Porque digo: ‘Ay no, todo lo que he vivido, tanta cosa, tanta terapia, para no haber crecido’. Entonces es desde ahí, desde la palabra necesario. La necesidad de escribir. Por ejemplo, el poema de «Mi perra». La perra se murió. Fue una perra pues como en todas las casas, si ustedes tienen una mascota, el perro se vuelve parte de la familia. Y son perros que viven diez, quince años. [La perra] representaba para cada uno de mis hijos, y hasta para nosotros, alguien, algo importante. Para uno era el sillón, para otro era el barco, con el que iba a volar, para otro era la almohada. Para mí era la compañía. Empollaba aguacates esa perra, era como una gallina. Entonces, era adorable y acabé haciéndole un poema necesario para su funeral.

Tus libros tratan de diversos temas, uno de ellos, es el de los amigos, pero también la noche, los animales, los bichos, y además estados de ánimo y vivencias importantes en la vida de cualquier persona, adulta o niña. La experiencia de la amistad, por ejemplo, y el descubrimiento del mundo, como en Sol de amigos, o la experiencia de la pérdida en la búsqueda de los sueños y la esperanza, cómo en Diente de león, libros que tienen un lirismo poderoso que resulta muy emotivo para cualquier lector. ¿Cómo eliges, cómo llegas a la necesidad de tratar esos temas con la poesía?

Diente de león
Para mí la poesía está trenzada con el concepto y con la emoción. Mi poesía no es nada más conceptual, no está pensada nada más intelectualmente y tampoco es nada más pura emoción. Creo que yo voy tejiendo una trama, un hilado de sensaciones, de emociones y de ideas al mismo tiempo en el poema. Y siempre me lo propongo, para mí eso es un verdadero reto. En Diente de león, por ejemplo, es una historia que yo leí en el periódico sobre los desplazados en África. Pero yo acababa de estar en Oaxaca trabajando en escuelas con maestros y con niños, y me había desgarrado el paisaje y muchas historias de ellos. Pero realmente el disparador de ese libro es la historia de estos niños que tienen que salir de su casa. Te juro que escribí ese libro llorando. Y hay momentos en los que no podía dejar de llorar. Y decía: ‘pero porqué estoy escribiendo un libro tan triste’. Pero lo escribí de un tirón. Rapidísimo, no sé cuántas semanas fueron. Ya después lo pulí mucho, lo trabajé mucho para que quedara bien presentado. Pero sí, es un libro muy emotivo, porque salió así, salió de algo que me impactó, de algo que me pareció muy injusto. ¿Qué hemos hecho con los niños? No darles un mejor lugar, un mejor hogar a cada uno. Y eso es lo que me desgarra y es lo que está contado ahí, eso es lo que hay detrás.Sol de los amigos

Yo creo que la amistad es lo más importante en la vida. Porque pase lo que pase siempre te va a salvar un amigo. La mano de un amigo, una amiga. Y esas son las cosas que a mí me interesa transmitirles a mis hijos y a mis propios amigos y a mis lectores. De ahí Sol de los amigos, la amistad de un perro y un pájaro. Alguien que es del aire y alguien que es de la tierra. Alguien que no puede alcanzar al otro, porque el otro se va a ir o el otro se va a quedar y se va a morir en la tierra. Y cómo esos dos mundos se juntan a través de la amistad. Y el uno quiere al otro. Entonces, escogí estos dos elementos que, además yo veía en mi jardín. El perro persiguiendo al pájaro y el pájaro venciendo su miedo para acercarse al mayor enemigo y lograr descifrar y tener un mundo propio.

Seguramente tú has leído, conoces, a María Zambrano, ella dice algo en relación con la experiencia de la poesía. Dice que las palabras nos permiten levantar el vuelo. Y a mí me llama la atención que tú también, de alguna manera, en esta auto-semblanza en tu libro, también mencionas que la poesía te ha permitido volar. Cómo tienes ese deseo y sabes que lo vas a poder hacer en algún momento, a través de las palabras. Me encanta la idea, esta idea, de que las palabras te permiten volar. Y, en ese sentido, los niños con los que tú has estado dialogando directamente sobre tus libros, ¿qué te han dicho de estas palabras?, ¿de este vuelo?

Hace poco, la mamá de un niño se comunicó conmigo para decirme que estaba muy sorprendido su hijo que tiene 9 años, se llama Mateo. Y, le dijo a su mamá: ¿De cuándo acá ella y yo somos amigos? Su mamá le preguntó, ¿por qué? Mateo le respondió: Porque leí el poema «A mis amigos». Mateo se sintió evidentemente identificado: Es que está hablando de mí, mamá, es todo lo que hago yo. Ella sabe lo que yo hago, ella sabe lo que hacen mis amigos. Entonces quiero saber cuándo fue mi amiga ella.

EDigo-de-noche-un-gatose es uno de los regalos más grande que me han dado. Una identificación tan fuerte con un poema, que, claro, yo tengo los recuerdos de lo que yo hacía o mis hermanos o de observar a otros niños, otros niños chicos que puedo ver, de cómo se guardan un poco de tierrita o caracoles; una hija mía se guardaba hasta las lombrices en los bolsillos. O cómo se comen el jamón directo del refrigerador o se beben la leche del empaque. Y todas esas cosas, y correr descalzos y gritar. Y todo lo que te hace feliz. Esos detalles que, como surgen de algo muy personal, espero que sí trasciendan, como le pasó a este niño, Mateo, y toquen a alguien más. Porque a mí lo que me interesa es que el poema sí sea un puente de comunicación con un lector. Porque si no, estaría urdiendo yo mis propias tramas, mis poemas absolutamente barrocos, haciendo cosas complicadísimas donde nadie pudiera entrar porque es mi mundo. Pero en este tipo de poemas no, la intención sí es que afuera está un lector y que yo pueda tocarlo. Y enseñarle esto que dices, que me encanta, del vuelo y del juego. Porque el lenguaje está, antes que nada, para jugar y [eso] se nos olvida mucho.

Y que la poesía es el arma, es la llave para abrir esa puerta de la lengua para la escritura y el pensamiento. Yo estoy absolutamente convencida de que si les diéramos más poesía a los niños, el mundo cambiaría.

Completamente de acuerdo. Te iba a ser preguntas sobre dos binomios, uno es niños-poesía y el otro es poesía-juego, y creo que lo acabas de explicar muy bien. Ahora, te invito a hacer un juego, un juego de palabras que son tu especialidad. Este va muy rápido, no te voy a dar tiempo para pensarlo. Tienes que responder en automático, ¿eh?

Tu libro favorito:

Un bolso amarillo, de Lygia Bojunga.La enorme nada

Tu postre favorito:

El mango.

Tu juego favorito:

Las escondidas.

El momento del día que más te gusta:

La mañana temprano.

Una palabra que te dé mucha risa:

Verde-limón.

La palabra que más te atemoriza:

Sangre.

Una palabras que te da esperanza:

Casa.

Una palabra cuyo sonido te gusta mucho:

Timbirimbín.

Una palabra que te haga soñar:

Volar.

Si la poesía para niños fuese un juguete, ¿cómo cuál sería?

Como una muñeca.

Si la poesía se pudiera comer, ¿a qué sabría?

A guanábana.

Y si la poesía para niños pudiese adquirir la forma de un objeto, ¿cuál sería? y ¿cómo sería?

Una caja para abrirla y ver qué tantos secretos hay ahí dentro.

¿Cuál es el libro que hayas escrito para niños que más te gusta, el más entrañable?

Ahorita, el último, Diente de león. Dicen que el último que acaba de salir es el que más queremos. Y hay algo de eso. Es como el hijo recién nacido que luego sí dices: ese bebé, ese bebé es mío.

Finalmente, ¿qué les dirías a los niños para invitarlos a leer poesía y a leer tu obra?

Que jueguen mucho, pero que también jueguen con la lengua y con las palabras. La poesía antes que nada es juego e imaginación. Y sentir mucho obviamente con el corazón.

Muchas gracias. ¡Viva la poesía!

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Algunos libros para niños de María Baranda:

Tulia y la tecla mágica, Ediciones Castillo, 2006 (1ª ed. 2000).

Marte y las princesas voladoras, con ilustraciones de Elena Odriozola, FCE, 2006.

Digo de noche un gato, Ediciones El Naranjo, 2006.

El mago abuelo y su chango desaparecido, con ilustraciones de Cecilia Rébora, Ediciones El Naranjo, 2006.

Ángela en el cielo de Saturno, con ilustraciones de Margarita Sada, Castillo, 2008.

¡Ruge!, con ilustraciones de Alejandro Magallanes, Ediciones El Naranjo, 2008.

Arrullo, con ilustraciones de Margarita Sada, Ediciones El Naranjo, 2008.

La risa de los cocodrilos, ilustraciones de Julián Cicero, Ediciones El Naranjo, 2008.

Un abrazo, con ilustraciones de Cecilia Varela, Ediciones El Naranjo, 2009.

Silena y la caja de los secretos, Ediciones SM, 2009.

Sol de los amigos, con ilustraciones de María Wernicke, Ediciones El Naranjo, 2010.

Frida Kahlo: una historia posible, ilustrado por Gabriel Pacheco, Anaya, 2010.

Diente de león, con ilustraciones de Isidro R. Esquivel, Ediciones El Naranjo, 2012.

La enorme nada, con ilustraciones de Maite Gurrutxaga, FCE, 2015.

Querido pájaro, con ilustraciones de Elizabeth Builes, Ediciones El Naranjo, 2016.

(Foto de María Baranda frente a ventanal, de Enrique Rivera. Tomada de: http://www.imer.mx/rmi/maria-baranda/. 6 de enero de 2017.

Dos poemas para celebrar el Día de Reyes

En verdad, las palabras sueñan. 
Gaston Bachelard

Para leer en estos días con las niñas y los niños de todas las edades, dos poemas. Se trata de “Noche de Reyes”, de Sagrario Pinto (Talavera de la Reina, 1957–), incluido en La casa de los días (Anaya, 2001). En este poema brillan imágenes que evocan emociones y sensaciones nacidas de una expectativa que nos recorre el cuerpo, que nos cobija con una noche eterna que sabe a roscón (rosca de reyes). El segundo poema es “El camello (Auto de los reyes magos)”, de Gloria Fuertes (Madrid, 1917–1998), incluido en Gloria Fuertes. Antología (Susaeta, 2001). Un poema narrativo, cuyos versos se dedican a hacernos cosquillas mientras los leemos. Con imágenes irreverentes e ingeniosas que ponen en aprietos a los tres reyes, a causa de las peripecias sufridas por el camello… hasta cierto punto.

Noche de reyes

Para Lucca Tranquillini, 
quien un día habló con el rey Baltasar.
Hay un sueño de zapatos

que esperan en los balcones,

diminutos, puntiagudos,

zapatos multicolores,

temblorosos y brillantes

en el azul de la noche.

Noche oscura,

noche larga,

noche con capas de seda

y con escaleras altas.

 

En el reloj de la torre

se van durmiendo las horas.

Desde el balcón, los zapatos

ven cómo bailan las sombras.

Las voces revolotean,

comienza a nacer el alba.

en los ojos de los niños

hay chispitas de bengala.

 

Las copas están vacías,

falta un trozo de roscón,

en la alfombra quedan huellas

del camello de Melchor…

 

Por las ventanas abiertas

entran los copos de nieve.

Decid, decidme, zapatos,

¿qué me han traído los Reyes?

Sagrario Pinto

(Ilustraciones de Teresa Novoa)

El camello

(Auto de los reyes magos)

El camello se pinchó

con un cardo en el camino

y el mecánico Melchor

le dio vino.

 

Baltasar fue a… Repostar

más allá del quinto pino…

e intranquilo el gran Melchor

consultaba su «Longinos».

 

—¡No llegamos,

no llegamos,

y el santo parto ha venido!

 

(Son las doce y tres minutos

y tres reyes se han perdido).

reyes-magos-de-jesus-gaban-2017-01-04-21-32-16

El camello cojeando

más medio muerto que vivo

va espeluchando su felpa

entre los troncos de olivos.

 

Acercándose a Gaspar,

Melchor le dijo al oído:

—Vaya birria de camello

que en Oriente te han vendido.

 

A la entrada de Belén

al camello le dio hipo.

¡Ay qué tristeza tan grande

en su belfo y en su tipo!

 

Se iba cayendo la mirra

a lo largo del camino,

Baltasar lleva los cofres,

Melchor empujaba al bicho.

 

Y a las tantas ya del alba

–ya cantaban pajarillos–

los tres reyes se quedaron

boquiabiertos e indecisos,reyes-marchandose-jesus-gaban-2017-01-04-21-32-54

oyendo hablar como a un Hombre

a un Niño recién nacido.

 

—No quiero oro ni incienso

ni esos tesoros tan fríos,

quiero al camello, le quiero.

Le quiero –repitió el Niño.

 

A pie vuelven los tres reyes

cabizbajos y afligidos.

Mientras el camello echado

le hace cosquillas al Niño.

Gloria Fuertes

(Ilustraciones de Jesús Gabán)

(La ilustración de la portada es de Carmen Queralt, para el libro Fermín y los reyes magos de Antonio Vicente.)

Un pedazo de luna en el bolsillo

 En un breve poema debe darse una visión del universo y el secreto de un alma, un ser y unos objetos, todo al mismo tiempo.

Gastón Bachelard, La intuición del instante

Desde tiempos remotos, la luna ha sido motivo de celebración, ensoñación, rito y mito. Hay representaciones que así lo demuestran, una de ellas son los relatos míticos y las leyendas que narran, por ejemplo, el origen de las figuras que produce la orografía lunar vista desde la Tierra, la cual nos lleva a ver la silueta de un conejo, de un tejón, de un lobo… En cuanto a la poesía y los poetas, la luna es y ha sido uno de los motivos más acariciados por la palabra que se versa y se rima, que se mece en una metáfora, que se arrulla en una cuna perlada. Uno de los poemas que pertenece a este acervo es “La luna”, de Jaime Sabines (1926-1999), uno de los poetas mexicanos más queridos y más leídos en México.

“La luna” está incluido en Otros poemas sueltos (1973-1993), además de formar parte de numerosas antologías de poesía mexicana, tanto generales como para niños, entre las cuales destaca Circo poético. Antología mexicana del siglo XX (2003). Asimismo, en 2002, se hizo una coedición de CIDCLI-CNACULTA del poema acompañado de las ilustraciones de Luis Manuel Serrano y el diseño de Diego Echeagaray.

Este es el poema completo y, enseguida, se comentan algunos de sus recursos estilísticos.

La luna

La luna se puede tomar a cucharadas

o como una cápsula cada dos horas.

Es buena como hipnótico y sedante

y también alivia

a los que se han intoxicado de filosofía.                                          5

Un pedazo de luna en el bolsillo

es mejor amuleto que la pata de conejo:

sirve para encontrar a quien se ama,

para ser rico sin que lo sepa nadie

y para alejar a los médicos y las clínicas.                                        10

Se puede dar de postre a los niños

cuando no se han dormido,

y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos

ayudan a bien morir.

Pon una hoja tierna de la luna                                                        15

debajo de tu almohada

y mirarás lo que quieras ver.

Lleva siempre un frasquito del aire de la luna

para cuando te ahogues,

y dale la llave de la luna                                                                   20

a los presos y a los desencantados.

Para los condenados a muerte

y para los condenados a vida

no hay mejor estimulante que la luna

en dosis precisas y controladas.

En su unidad, “La luna” es, en primer lugar, un poema que se configura como una metáfora extendida o como una sucesión de metáforas que sirven para describirla como una sustancia curativa, un objeto mágico, un bálsamo portentoso, un ente orgánico… En suma: un prodigio.

Los primeros cinco versos establecen una comparación metafórica de la luna con un medicamento de uso regulado, por lo que según su presentación, líquida o granulada:

La luna se puede tomar a cucharadas

o como una cápsula cada dos horas.

La imagen de la luna como una sustancia con cualidades extraordinarias, se manifiesta en que tiene diversos usos, para diversas necesidades, que van de las psicológicas, a las emocionales y existenciales:

Es buena como hipnótico y sedante

y también alivia

a los que se han intoxicado de filosofía.

Los versos seis al diez establecen la metáfora de la luna como objeto mágico, cuyo poder es capaz de conjurar la mala suerte y las enfermedades, atraer el amor y la fortuna por tantos buscado. Además del uso de una sinécdoque, para señalar que:

Un pedazo de luna en el bolsillo

es mejor amuleto que la pata de conejo:

sirve para encontrar a quien se ama,

para ser rico sin que lo sepa nadie

y para alejar a los médicos y las clínicas.

En tanto que los versos 11 al 14 proponen la metáfora de la luna como bálsamo que , en su presentación de postre introduce a los niños en un dulce sueño, en tanto que, como gotas, ayuda a llamar una muerte tranquila. Cabe notar aquí que las imágenes creadas como antítesis, oponen la infancia y la senectud, el principio y el fin de la vida. En ambos casos, la luna balsámica ayuda a conciliar el sueño, de reparación para poder recomenzar un nuevo día, en el primer caso, y el sueño eterno, para transitar a la que suele nombrarse como la otra vida, en el segundo.

Se puede dar de postre a los niños

cuando no se han dormido,

y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos

ayudan a bien morir.

En esta primera tirada de 14 versos la voz poética habla desde la tercera persona, en un tono explicativo, persuasivo, que nos dice cómo funciona la luna como medicamento, amuleto y bálsamo. Parece que argumenta sobre las cualidades de la luna para convencernos de su poder y la conveniencia de que la hagamos nuestra, de que la consumamos, la portemos o la administremos a otros. En cambio, en la segunda tirada de 11 versos, la voz poética nos habla en segunda persona, nos apela directamente para guiarnos de manera precisa sobre lo que tenemos que hacer con esa luna para entonces ya nos ha cautivado.

En estos versos, quienes requieren de los poderes y cualidades de la luna somos cada uno de los lectores. Quién podría negarse a probar la cualidad de la luna-árbol, en su configuración metafórica más orgánica dentro del poema:

Pon una hoja tierna de la luna                                                           

debajo de tu almohada

y mirarás lo que quieras ver.

La imagen de la luna como un oxígeno que nos puede revivir o evitar nuestra muerte causada por los aires contaminados de angustia, de impotencia o de pena, es una prescripción que merece ser obedecida sin más:

Lleva siempre un frasquito del aire de la luna

para cuando te ahogues,

Finalmente, los siguientes versos construyen la metáfora de la luna como una puerta que se abre a mundos infinitos, como el que puede ofrecer la libertad o la muerte misma. Y también nos señalan que podemos tener la llave para abrirlas, la llave de esa luna que nos mira, nos promete, nos invita y nos anima. Ah, pero para eso, no debemos perder de vista que todo tiene su medida, y la luna no se puede comer de un bocado, sin como lo indica esta receta lunar.

y dale la llave de la luna                                                                    

a los presos y a los desencantados.

Para los condenados a muerte

y para los condenados a vida

no hay mejor estimulante que la luna

en dosis precisas y controladas.

Por último, es interesante saber que Jaime Sabines en ningún momento dijo que este poema estuviera escrito para niños; sin embargo, algo que conviene observar cuando hablamos de literatura infantil, es la cualidad literaria del texto, en este caso, del poema, y así garantizaremos estar frente a un texto que vale la pena leer con los niños, sin importar si este texto fue escrito deliberadamente para ellos. Este es el caso de “La luna”, de Jaime Sabines, pues tiene la cualidad poética de evocar imágenes, sensaciones, emociones sin fin, al alcance de todo lector. Ello se debe también a que la poesía de Sabines es cercana a la sensibilidad y a la experiencia emotiva de niños y adultos, pues como señaló Octavio Paz, en la antología Poesía en movimiento: México, 1915-1966, respecto de la obra de Sabines en su conjunto: “Su humor es una lluvia de bofetadas, su risa termina en un aullido, su cólera es amorosa y su ternura, colérica. Pasa del jardín de la infancia a la sala de cirugía. Para Sabines todos los días son el primer y el último día del mundo”.

 

Fuentes consultadas

Circo poético. Antología de poesía mexicana del siglo XX. Rodolfo Fonseca, David Huerta y Gerardo Rod (antologadores). Serie “Poesía e Infancia”. México: Ediciones SM, 2003.

La luna. Jaime Sabines. Ilustraciones: Luis Manuel Serrano. Diseño Gráfico: Diego Echegaray. México: CIDCLI/CONACULTA, 2002.

La poética de la ensoñación. Gaston Bachelard; trad. Ida de Vitale. Col. Breviarios, 330. México: FCE, 1982.

Poesía en movimiento: México, 1915-1966. Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco, et al. México: Siglo XXI, 1966.